Definiciones... mejor apreciaciones.
Llega el momento en donde todo debe tener un nombre. Esto bien lo saben los anatomistas o los biólogos cuya existencia se basa en nombrar lo que les rodea. Al comienzo de todo, Dios le presentó a Adán a todas las criaturas para que las nombrase y este, ni corto ni perezoso, las nombró sin problemas (probablemente gracias a que nada se había hecho antes, todo le resultó bastante fácil), pero no todos somos como Adán, ni somos anatomistas ni biólogos.
Realmente las definiciones son sumamente fáciles de desarrollar: Para un objeto sea, tiene que tener ciertos atributos genéricos. Una vez que se identifican, todo objeto que responda a todos a esos atributos llevará el nombre de la definición que hemos desarrollado.
Esto claro, es muy fácil con los sólidos, los elementos físicos, santos hijos del átamo. Pero que hay con la cosa etérea, con la cosa abstracta, con la cosa humana.
Aún existen ilusos que quieren construir gavetas (como las que había en las antiguas boticas) para poner ahí, en respectivo orden de importancia las tendencias musicales, las emociones, contradicciones morales y paradojas religiosas. Se olvidan que las definiciones no son juicios de valor. Uno no sabe lo que está bien o lo que está mal, uno lo siente y por eso se guía. A falta de esa definición, los más eruditos han logrado crear convenciones, responder con un rango de lo bueno y un rango de lo malo. Pero solo es eso. Gente que se ha puesto de acuerdo con como llamar una cosa.
Porque yo aún no puedo creer que una hora tenga sesenta minutos. No lo concibo, simple y llanamente porque no todas las horas son iguales, no todas largas o cortas. Hay algunas que son muy anchas (las cuales son más expeditas o otras angostas que te provocan tremendo cuello de botella en tu día. Otras son gruesas (anchas pero lentas) o otras delgadas (angostas pero muy atléticas). Acaso en esos momentos, los minutos anduvieron más rápido o se tomaron la “hora libre” lo que hizo que los otros minutos ocuparan su puesto haciendo más corta la hora.
Esta es la gran falencia de las convenciones y de las definiciones. El “factor humano” las desacredita y, al mismo tiempo, le da crédito, ya que sólo basta que un sistema cerrado de personas hagan de una convención una ley, lo que da origen a las definiciones: “Una hora equivalen a 60 minutos”.
El factor humano hace también que la gente se cierre y se rija en estas definiciones y se olvide lo hermoso que era en ese tiempo donde no disponíamos de cuerpo que nos ancla al suelo, a la irrisoria noción de definir lo indefinible.
Es un código, es verdad, ya que a la palabra “árbol” nunca le ha crecido una hoja ni se ha llenado de resina para defenderse de animales e insectos. O que la palabra “sexo” sea tan húmeda al tomarla, ni que se agite, ni que jadee al decirla, ni que la frase “hacer el amor” deje caer una lágrima de felicidad al verse enredado entre tanto amor.
Lo peor de las definiciones son los prejuicios. Lo que me hace darme cuenta que los prejuicios son los causantes de las definiciones. Ya que nos da paja darnos el tiempo de experimentar la vida. Preferimos crear las palabras que encierren todos los acontecimientos para que nos sea más fácil entender la vida que no estamos viviendo.
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