jueves, mayo 06, 2010

Inercia

Me sobrepasa a veces la fuerza que tiene la inercia de los objetos. Todo tiene una energía potencial que los hace moverse aún cuando nadie ni ninguna fuerza actúa sobre ellos. Giramos todos en órbitas desconocidas que se mueven contastemente entre la tierra y el cielo.

Es por eso que nunca he creído eso que dicen que "Si nada haces, nada pasa".

Es falso, es mentira…

Si uno no hace nada, la vida sigue su curso, obedece a su inercia. Inercia que puede ser llamada destino, libre albedrío o simple caos. Es más que, si nada haces, te abandonas a la suerte de los acontecimientos y perderás el control, ese que nunca tuvimos, ese que nunca volveremos a tener. Porque si no hacemos nada, al pasar los segundos ya somos unos segundos más viejos, si no hacemos nada, la inercia de los cuerpos sigue actuando hasta que una nueva fuerza los haga cambiar de curso.

Si no haces nada muchas cosas siguen pasando, recuerda que omitir también es considerado pecado.

martes, abril 13, 2010

abandono

Una de las actividades que más odiaba cuando iba en la básica era subir la cuerda. La tortura se dividía entre mi miedo a las alturas y mi poca fuerza. Siempre comenzaba pegado al piso con la convicción que hoy si lo lograría, que llegaría hasta la viga del gimnasio del glorioso Liceo Eduardo de la Barra y que haría sonar con ganas la antigua madera de roble con un gran palmetazo indicándole al profesor que esta vez sí lo había logrado. Cuando iba a la mitad del recorrido, siempre veía hacia abajo y comenzaba a perder el agarre y sentía como mi cuerpo se abandonaba, que incluso quería caer de golpe al suelo, como que pensaba “al mal paso, darle prisa” por lo cual siempre guardaba un poco de fuerza para llegar al suelo sin caerme…

Nunca me saqué un siete en subir la cuerda… hasta cuarto medio…

Pero esa sensación de abandono la vuelvo a recordar hoy. Siento que estoy haciendo malabares con muchas cosas y tengo ganas de dejarlas caer y que quede el despelote de quebrazón de cosas y que no me importe nada… me siento con esta grave sensación de vértigo y que si me dejo caer puedo perder la vida… y no me quedan fuerzas para salvarme.

He gritado por ayuda… pero aún sigo aquí, enfrentando sea lo que sea que debo enfrentar.

Tengo el cuerpo cansadísimo, tengo la mente agotada. Ya no es fácil contener el llanto, ese llanto de impotencia de no saber qué hacer y me dan ganas de cerrar los ojos y dejarme morir, dejar que el llanto llene mi casa y dejarme descansar en esas aguas

Sueño

He dejado la palabra tranquila
he dejado que el latido sea mudo.
No he traído el sonido a casa
ni al sol, ni al aire ni al mundo.

No voy a molestar con mis canciones
no voy a irrumpir con mis alaridos,
la costumbre hoy arropa este silencio
que sin puerto, en alta mar, se ha dormido.

Porque el tiempo de mi tiempo ya no es mío
porque he visto hacia atrás
y en verdad
nunca me ha pertenecido.
El tiempo de mi tiempo que me traje
colado en los bolsillos...
... al enfrentarme al espejo
nunca ha existido.

Y si no abro la boca no invento el sonido
y si no limpio la mesa nada será servido.

Si no me acuesto y cierro los ojos
nunca me quedaré dormido.

martes, diciembre 08, 2009

No quiero olvidar... me

Detrás del humo del cigarro se me olvida que Santiago es Santiago y entristezco y saco otro cigarro, porque no quiero olvidar que Santiago es Santiago, no quiero dejar de saber que estoy en una montaña de concreto donde no se sube al norte y se baja al ocaso. No quiero olvidarme del ruido molesto y huraño de los buses que transportan promesas que aún no se cumplen… pero en verdad, eso no es culpa de Santiago.

No quiero jamás olvidarme de Santiago con sus personas atrasadas hasta para pasarlo bien y estresadas del descanso. No quiero olvidarme jamás de esta ciudad porque esta ciudad es única.

No me quiero acostumbrar.

Porque si me acostumbro, muero y seré un número más, un número estresado que llena la ciudad… y quiero ser más que un número, quiero ser una letra y no olvidarme que este cemento que estoy pisando es Santiago de Chile con 36 grados de calor y muy pocas caras amigables en el camino. No quiero naturalizarme en esta ciudad y no darme cuenta que soy en esta ciudad, porque no sería justo para Valparaíso, porque si me naturalizo en Santiago , no importa en qué ciudad me encuentre y seré un número en el cerro, en las carreteras concesionadas, en playas blancas o en tejas de alerce cuidándote de la lluvia. No quiero acostumbrarme porque todos nos merecemos recordarnos quienes somos, de dónde venimos y cuál puede ser nuestro camino.

No quiero olvidarme porque me falta el mar y conocer mi camino, porque no sólo se es el que camina si no el camino que recorre.

Finalmente, no quiero olvidarme que Santiago yace detrás del humo del cigarro, porque si me olvido que Santiago es Santiago, me olvido que soy yo el que se olvida de la ciudad… y me estaré dejando atrás.

martes, octubre 27, 2009

El ascensor

Al levantarse, él se toma el pecho para ver si sigue ahí. Dice que sin su talismán se siente desnudo, que sin él, no se atrevería a salir a la calle. Cada vez que está nervioso o cada vez que está en paz se toca su talismán que cae de su cuello para, si está nervioso, encontrar algo de paz; y si ya está en paz, darle gracias.

El se levanta a las 7.50hrs, almuerza a las 13.30 y todos los sábados lava su ropa.

Ella, cuando le dan ganas, saca su disco favorito. Lo trata con sumo cuidado: es casi una ceremonia insertar el compact disc en el equipo. Una vez que pone play se pierde entre jerga argentina y versos españoles. Ella sólo cierra los ojos y sonríe feliz. Cuando está satisfecha, toma su disco y lo deja en la discoteca de su casa (que está ordenada alfabéticamente) donde permaneserá ahí días, semanas y hasta meses hasta que ella lo vuelva a sacar cuando tenga ganas.

Ella duerme cuando tiene sueño, almuerza cuando tiene hambre y lava la ropa cuando está sucia.

Ellos viven en el mismo edificio: Cuando ella baja del ascensor, él recién se va subiendo.

lunes, agosto 31, 2009

Vivir Juntos

Y me subí al asiento del copiloto dándome cuenta lo mucho que me gusta estar en las cabinas de los vehículos para ver la carretera y ver los caminos pasar, como van quedando atrás y tener claro el objetivo siempre lejano pero siempre al frente para saber donde llegar. Mientras el conductor me conversaba de su vida y sus tribulaciones como padre de tres yo sólo revisaba en mi mente que las cosas que teníamos en el Mitsubishi de ¾ habrían quedado bien afirmadas o no.

Pero uno no puede evitar ver el espejo retrovisor, es inevitable. Lo creo así porque uno, viendo hacia atrás, puede saber mejor donde hoy está parado y en que camino está marchando. Si, debo decir que me dio algo de pena ver esa pequeña casita blanca en la pradera, en la quebrá del pobre, rodeada de pasto verde saturado haciéndose pequeña mientras mi compañero aceleraba sin apuro. Pena porque, ahí jugamos muchos fines de semana con Prisca a ser una familia. En esa casita lloramos y reímos, como hemos hecho en todos lados donde la vida nos ha recibido.

Nunca me costó llegar a esa casa, siempre me fue fácil encontrarla al lado de la media luna, un viernes en la tarde, pero que difícil se hacía dejarla atrás los domingos a las 8.

Y esta vez no fue la excepción salvo que, cuando desapareció del espejo retrovisor la silueta blanca de cabellos verdes y entre las historias del chofer del ¾ me di cuenta que lo que pensé que eran juegos era simplemente la vida sucediendo mientras nosotros reíamos y llorábamos nuestras cercanías y sinceridades. En ese momento, sabiendo que nos encontraríamos en un lugar después de un rato de viajar separados, no importase donde encontrarnos supe que siempre hemos sido una familia y que hoy, luego de la mudanza y el cansancio, de las rabias y el estrés, despertar contigo y saber que al volver del mail, de la taza de café de la talla del colega, de la reunión de trabajo, llegar a un departamento donde estés tú y ver que me ves con el gusto de verme una vez más es lo más natural que he conocido en años, es estar en casa, es saber que hay un lugar, entre tanta locura y desenfreno, tanto egoísmo e individualización, existe un espacio en donde no estamos solos porque aquél lugar se ha construido con nuestras manos y nuestras ganas, un lugar que no tiene tiempo ni espacio, que no es una casa en la pradera ni un departamento pequeño y atiborrado, ni está al lado del mar ni en una loma colorada… mi lugar está en tu corazón y tu lugar está en el mío…

Y no por qué hoy vivamos juntos estamos más cerca…

Sentado de copiloto, llevando tus cosas al que será nuestro departamento vuelvo a entender que siempre has estado conmigo… desde mucho antes de saberlo.

lunes, agosto 03, 2009

del 2103 al dp512

Soy un hombre objetual, no por mi formación de programador, pero soy de esas personas que le pone vida a los objetos.

Tengo cosas favoritas desde mi guitarra hasta el más regalón de mis calzoncillos. Me gusta guardar elementos a los cuales les doy un significado que no tienen (como por ejemplo un boleto de mico a la Ligua o una entrada al cine). Todo objeto en mi vida tiene una historia y por eso mismo, se salvan de irse a la basura.

Aún le tengo cariño al edificio que me albergó por 10 años de mi infancia hasta la adolescencia: cada vez que paso por condell 1530 en el plan de Valparaíso no puedo dejar de contar la historia de mis años en ese departamento, que ahí fue donde aprendí a tocar guitarra, a fumar y descubrir lo mucho que me gusta ser el anfitrión de mis visitas.

Así es como hoy que dejo otro inmueble al cual le tengo mucho aprecio. Puede sonar a locura, pero me dio pena dejar el departamento que me refugió en mi venida a Santiago y prescenció toda la historia y evolución del amor que le tengo a prisca81.

Y es por eso que le tengo aprecio, por que en esas paredes donde mi mujer me vió de otra forma y yo me enamoré de ella.

Pero así como dejo a ese inmueble amigo comienzo una nueva amistad con otro: mi primer departamento que arriendo. Espero escribir historias entretenidas en este lugar así como lo he hecho en todos mi hogares…

Así que, adiós 2103… hola dp512

dp512

Daniel Ayala de la Jara

Semana 41

Dicen que la pelea no termina hasta que la campana avisa de la llegada del fin del último round. Que antes de eso no debes bajar la guardia y debes alejarte de las cuerdas. Que si estás herido debes cuidarte ese corte y que debes moverte, siempre moverte para cansar al adversario. Y así salir vivo de la pelea, porque nunca es un tema de ganar, es un tema de sobrevivir.

A su manera, mi padre siempre peleó hasta el último segundo. Siempre silencioso, nunca gritó sus dolores ni se quejó de sus heridas, con su ejemplo me enseñó que la procesión siempre va por dentro. Porque así enseñaba las cosas mi viejo, siendo el que era, porque esa era su forma de enseñar: no enseñando. Así aprendió él y así tuve que aprender sus lecciones desde que me dediqué a observarlo, hasta que entendí que él no me diría nada a menos que yo le pusiera atención, la atención que no lo invadiera y que lo dejara ser quien en verdad siempre fue.

Desde lejos y en silencio comprendí muchas cosas de mi viejo como su amor por su trabajo. Su lenguaje era a martillazos y aserrín, piedra y arena, de centímetros y lápiz grafito. Le encantaba eso, trabajar. Y era bueno en lo que hacía y cada empresa que emprendía, se entendía muy bien con todas esas cosas inertes a las cuales sabía sacarles vida de donde no tenía. Era muy fácil, o al menos eso hacía ver, hacer bailar a ese enjambre de clavos, madera y cola carpintera.

Pero llegó el momento en que la simple observación no bastaba y tuve que que comenzar a hacer preguntas. Ya había aprendido todo lo que necesitaba saber: cómo comportarme en la mesa, nunca atrasarme en mis deudas, siempre ser derecho y mentir solo cuando era necesario. Pero me di cuenta que poco sabía del maestro que me enseñaba y me enseñaba sin decir nada.

Incluso abrí un blog para estampar quien era mi viejo, para no olvidarme, para no perderlo de vista cuando lo necesitase. Hay tantas historias. Incluso algunas terminan donde comienza la siguiente. Era muy divertido ver que ese hombre callado y bueno para la pega fue, en su tiempo, un colérico, un peleador, un caballero de armadura brillante, un defensor de la justicia, un sancho panza y hasta el muchacho más celebrado en la población femenina.

Y es ahí cuando aprendí que todas las historias tienen un final y que, a veces quedan historias sin contar…

Mi viejo, Daniel Ariste Ayala de la Jara terminó su pelea y perdió por knockout técnico sin dejar ni un segundo de luchar contra su némesis: el Cáncer. Al sonar la campana del último round era el 10 de junio del 2009, era una tarde fría y se fue con la bulla del público aplaudiendo por la excelente pelea que dio en esta vida. Perdonó a Dios y fue hacia él.

Yo caminaba de vuelta al departamento cuando recibí el llamado. No me alcancé a despedir.

Y ahí fue cuando mi viejo me dio su última lección sin pronunciar palabra: siempre que quisiera encontrarlo, debo mirar lo mejor de mí para encontrarlo a él.

jueves, julio 30, 2009

Multiplica

Puesto de trabajo...

Y así fue como cambié de casa, de casa laboral. Recibí una oferta que no pude negar y me despedí triste de mis amigos y compañeros de Creátika para engrosar las huestes de Multiplica, la consultora española. Aunque algunos no le gustó la idea… hubo mucha gente que me apoyó y me deseó suerte en este nuevo viaje. A pesar que disfrutaba mucho estar de nuevo bajo la tutela de @serumax en creátika, me llevé todo lo que me enseñó (obviamente en una pizarra blanca) a esta nueva experiencia.

Este es mi nuevo trabajo hoy, disfrutándolo a cada minuto.

Rumbo Perdido fue diseñado a mano por José Daniel Ayala.
Feed gracias a Feedburner, gestión de contenidos gracias a Blogger.
( cc ) Algunos derechos reservados, 2007