lunes, agosto 31, 2009

Vivir Juntos

Y me subí al asiento del copiloto dándome cuenta lo mucho que me gusta estar en las cabinas de los vehículos para ver la carretera y ver los caminos pasar, como van quedando atrás y tener claro el objetivo siempre lejano pero siempre al frente para saber donde llegar. Mientras el conductor me conversaba de su vida y sus tribulaciones como padre de tres yo sólo revisaba en mi mente que las cosas que teníamos en el Mitsubishi de ¾ habrían quedado bien afirmadas o no.

Pero uno no puede evitar ver el espejo retrovisor, es inevitable. Lo creo así porque uno, viendo hacia atrás, puede saber mejor donde hoy está parado y en que camino está marchando. Si, debo decir que me dio algo de pena ver esa pequeña casita blanca en la pradera, en la quebrá del pobre, rodeada de pasto verde saturado haciéndose pequeña mientras mi compañero aceleraba sin apuro. Pena porque, ahí jugamos muchos fines de semana con Prisca a ser una familia. En esa casita lloramos y reímos, como hemos hecho en todos lados donde la vida nos ha recibido.

Nunca me costó llegar a esa casa, siempre me fue fácil encontrarla al lado de la media luna, un viernes en la tarde, pero que difícil se hacía dejarla atrás los domingos a las 8.

Y esta vez no fue la excepción salvo que, cuando desapareció del espejo retrovisor la silueta blanca de cabellos verdes y entre las historias del chofer del ¾ me di cuenta que lo que pensé que eran juegos era simplemente la vida sucediendo mientras nosotros reíamos y llorábamos nuestras cercanías y sinceridades. En ese momento, sabiendo que nos encontraríamos en un lugar después de un rato de viajar separados, no importase donde encontrarnos supe que siempre hemos sido una familia y que hoy, luego de la mudanza y el cansancio, de las rabias y el estrés, despertar contigo y saber que al volver del mail, de la taza de café de la talla del colega, de la reunión de trabajo, llegar a un departamento donde estés tú y ver que me ves con el gusto de verme una vez más es lo más natural que he conocido en años, es estar en casa, es saber que hay un lugar, entre tanta locura y desenfreno, tanto egoísmo e individualización, existe un espacio en donde no estamos solos porque aquél lugar se ha construido con nuestras manos y nuestras ganas, un lugar que no tiene tiempo ni espacio, que no es una casa en la pradera ni un departamento pequeño y atiborrado, ni está al lado del mar ni en una loma colorada… mi lugar está en tu corazón y tu lugar está en el mío…

Y no por qué hoy vivamos juntos estamos más cerca…

Sentado de copiloto, llevando tus cosas al que será nuestro departamento vuelvo a entender que siempre has estado conmigo… desde mucho antes de saberlo.

lunes, agosto 03, 2009

del 2103 al dp512

Soy un hombre objetual, no por mi formación de programador, pero soy de esas personas que le pone vida a los objetos.

Tengo cosas favoritas desde mi guitarra hasta el más regalón de mis calzoncillos. Me gusta guardar elementos a los cuales les doy un significado que no tienen (como por ejemplo un boleto de mico a la Ligua o una entrada al cine). Todo objeto en mi vida tiene una historia y por eso mismo, se salvan de irse a la basura.

Aún le tengo cariño al edificio que me albergó por 10 años de mi infancia hasta la adolescencia: cada vez que paso por condell 1530 en el plan de Valparaíso no puedo dejar de contar la historia de mis años en ese departamento, que ahí fue donde aprendí a tocar guitarra, a fumar y descubrir lo mucho que me gusta ser el anfitrión de mis visitas.

Así es como hoy que dejo otro inmueble al cual le tengo mucho aprecio. Puede sonar a locura, pero me dio pena dejar el departamento que me refugió en mi venida a Santiago y prescenció toda la historia y evolución del amor que le tengo a prisca81.

Y es por eso que le tengo aprecio, por que en esas paredes donde mi mujer me vió de otra forma y yo me enamoré de ella.

Pero así como dejo a ese inmueble amigo comienzo una nueva amistad con otro: mi primer departamento que arriendo. Espero escribir historias entretenidas en este lugar así como lo he hecho en todos mi hogares…

Así que, adiós 2103… hola dp512

dp512

Daniel Ayala de la Jara

Semana 41

Dicen que la pelea no termina hasta que la campana avisa de la llegada del fin del último round. Que antes de eso no debes bajar la guardia y debes alejarte de las cuerdas. Que si estás herido debes cuidarte ese corte y que debes moverte, siempre moverte para cansar al adversario. Y así salir vivo de la pelea, porque nunca es un tema de ganar, es un tema de sobrevivir.

A su manera, mi padre siempre peleó hasta el último segundo. Siempre silencioso, nunca gritó sus dolores ni se quejó de sus heridas, con su ejemplo me enseñó que la procesión siempre va por dentro. Porque así enseñaba las cosas mi viejo, siendo el que era, porque esa era su forma de enseñar: no enseñando. Así aprendió él y así tuve que aprender sus lecciones desde que me dediqué a observarlo, hasta que entendí que él no me diría nada a menos que yo le pusiera atención, la atención que no lo invadiera y que lo dejara ser quien en verdad siempre fue.

Desde lejos y en silencio comprendí muchas cosas de mi viejo como su amor por su trabajo. Su lenguaje era a martillazos y aserrín, piedra y arena, de centímetros y lápiz grafito. Le encantaba eso, trabajar. Y era bueno en lo que hacía y cada empresa que emprendía, se entendía muy bien con todas esas cosas inertes a las cuales sabía sacarles vida de donde no tenía. Era muy fácil, o al menos eso hacía ver, hacer bailar a ese enjambre de clavos, madera y cola carpintera.

Pero llegó el momento en que la simple observación no bastaba y tuve que que comenzar a hacer preguntas. Ya había aprendido todo lo que necesitaba saber: cómo comportarme en la mesa, nunca atrasarme en mis deudas, siempre ser derecho y mentir solo cuando era necesario. Pero me di cuenta que poco sabía del maestro que me enseñaba y me enseñaba sin decir nada.

Incluso abrí un blog para estampar quien era mi viejo, para no olvidarme, para no perderlo de vista cuando lo necesitase. Hay tantas historias. Incluso algunas terminan donde comienza la siguiente. Era muy divertido ver que ese hombre callado y bueno para la pega fue, en su tiempo, un colérico, un peleador, un caballero de armadura brillante, un defensor de la justicia, un sancho panza y hasta el muchacho más celebrado en la población femenina.

Y es ahí cuando aprendí que todas las historias tienen un final y que, a veces quedan historias sin contar…

Mi viejo, Daniel Ariste Ayala de la Jara terminó su pelea y perdió por knockout técnico sin dejar ni un segundo de luchar contra su némesis: el Cáncer. Al sonar la campana del último round era el 10 de junio del 2009, era una tarde fría y se fue con la bulla del público aplaudiendo por la excelente pelea que dio en esta vida. Perdonó a Dios y fue hacia él.

Yo caminaba de vuelta al departamento cuando recibí el llamado. No me alcancé a despedir.

Y ahí fue cuando mi viejo me dio su última lección sin pronunciar palabra: siempre que quisiera encontrarlo, debo mirar lo mejor de mí para encontrarlo a él.

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