Este es un post que escribí mucho tiempo atrás en el blog de Judas. Hoy lo rescato gracias a la tocata que tuve ayer en el Tertulia Bar.
La emoción de tocar en vivo es indescriptible.
Primero naufragas en sudor y ansiedad. Sin temor a que algo salga mal, sólo ganas de llegar al encuentro con esas ojos mirándote, despellejándote a críticas: que el sonido, que la facha, que la guitarra, muy Coldplay, muy Lucybell (y otro tanto de grupos con que me comparan), y de a poco lograr callarlos y hacerlos escuchar. Es pura adrenalina.
Esa ansiedad sólo es comparable con la emoción de saber que harás el amor por primera vez. Esa sensación de querer hacerlo aquí, ahora, ¡YA! Hasta que te encuentras con ella. Besarse es como acomodar los instrumentos en el escenario, acariciarse, beberse el uno al otro es esa sensación cuando todo está listo y sólo falta cantar. El calor te comienza a invadir, es un calor que se te apodera de tu cuello, como besos jugosos de virgen deseo, revisas el escenario y todo está en orden y los instrumentos te miran como botones ávidos de libertad desabrochada colgados en una blusa ajustada. Te acaricias las manos para tranquilizar el gesto, para librarlas del frío. Los botones van cediendo mientras el maestro de ceremonia se hace del micrófono, y te entra un frío como cuando te despojas de tu camisa y tu torso desnudo queda en caída libre hacia el cuerpo desnudo de tu público.
Estás callado. En este preciso momento estás callado y recuerdas que es el peor error pues la adrenalina puede apagar tu lírica. Es el momento de susurrarle cosas a tu amante. Las primeras palabras salen débiles y con gran trabajo. Vocalizas en la boca de ella.
Te sientes desnudo cuando anuncian que se acerca la banda de esta noche, tu banda, Te ases de lo que te parece más apetitoso, como si manejaras los pechos de tu compañera, te acomodas tu guitarra que sugerentemente te queda ceñida al cuerpo.
Dicen tu nombre y con el primer acorde ya estás adentro. Te mueves pero aún no puedes creerlo: “Estoy aquí, lo estoy haciendo. Me estoy moviendo al vaivén de tus ganas, me muevo al ritmo que se mueve tu espalda.” Y de a poco vas cayendo en cuenta, estás encima, es tu movimiento, el calor no cesa bajo tu cuello. Le sacas melodías extrañas, la adrenalina ya no es tan jugosa, pero el vértigo es el mismo…
Te detienes sólo en tu mente, sigues balanceando tus caderas pero estás entero: y de repente te llega, estás en tu propia entrega, es tu propia música la que suena. Le pones atención a la silueta. Ya no ves borroso ahora todo es tan claro y te descubres disfrutando, te descubres siendo dueño de una hermosa doncella. Talvez nadie grite, talvez ninguno corra, pero tu estás bebiendo miel en tu bocal, el calor es tan intenso, el sudor se interpone entre la piel y los dedos. Estás disfrutando, sólo estás disfrutando y ya han pasado cuatro, cinco, seis temas y rechazas cualquier tregua. No hay cansancio aunque el sudor sea para nada escaso. Te miras con tus cómplices y una sonrisa no es tanto derroche… nadie existe… te quedas pegado en el traste donde resbala tu dedo.
El éxtasis, la cúspide siempre es la ultima nota… que se queda suspendida, larga, ruidosa, sin sentido, constante, vibrante… hasta que sólo debes dejarte caer a la cama en un platillazo, ese que hace característica a una banda de rock…. Esa nota suspendida es el orgasmo… Si gritan otra… en verdad no importa, porque ya no es la primera vez. Estás calientito, tocas, cantas y sigues cantando… la ansiedad se ha ido, todo te importa un carajo… ¿Quién convida un cigarro?