viernes, enero 12, 2007

Medianos

Luego de pasar un largo tiempo conviviendo con gente entre colisiones y azotándose contra un muro, me cansé de los moretones y este ritual anomalístico que ya me daba pena.

Si que tomé las pocas cosas que tengo y me largué hacia otro cerro.

Andaba buscando algo de tranquilidad, si que me fui a la cresta de un cerro vacío. Pero al llegar, ya cansado de caminar tanto, me di cuenta que la cresta no estaba vacía y gracias al cansancio no quise irme. Además, los habitantes de este lugar me produjeron bastante curiosidad ya que todos, exceptuando los más pequeños y jóvenes no logran llegarme a la rodilla. Son todos pequeños, algo frágiles e inquietos, una extraña raza de gente que siempre supe que andaban por ahí, pero que nunca tuve la posibilidad de encontrar… hasta ahora.

Mi primer encuentro con ellos fue algo traumático, para ellos al menos: todos huyeron al verme los pies. Me quedé quieto y les hablé de que mi intención nunca será hacerles mal (obviamente no venía con ganas de exterminarlos). Pero esto los asustó más y entre los gritos logré entender que los asusté más con mi voz ya que parecían ignorar que yo era como ellos, algo más alto y sólo se fijaban en mis zapatos. Al notar que no iban a mirarme a la cara, eché el cuerpo a la tierra para buscar su nivel de sus ojos.

Ahí fue diferente, me miraron a los ojos y me vieron y lanzaron carcajadas y bailaron contentos (al entender que estaban a salvo), sacaron bebidas y comida para recibir al visitante y se reunieron todos a conversar.

Me preguntaron de donde venía y como era mi tierra natal. Me preguntaron por el verde de los prados de mi país y el olor de su tierra, si los gusanos que lo poblaban eran rosados y gorditos y que tipo de suelo. Le respondí lo que pude, ya que nunca me detuve a pensar sobre los gusanos de mi tierra, su color o el tipo de pasto que crecía bajo mis pies. Les conté sobre los atardeceres dorados, rojos y morados que según la estación del año uno puede ver mirando el mar. En ese momento, todos abrieron los ojos asombrados. Uno de los pequeños se levantó y dijo: ¿Qué es el mar? Otro exclamó: ¿Qué es un atardecer? ¿Acaso se come y vivé bajo la tierra?

A la pregunta del mar, giré mi cabeza, miré hacia el mar y les pregunté si es que acaso no veían la vastedad del océano desplegado frente a ellos. Me dijeron que sus pequeños ojos sólo podían ver no más allá de tres kilómetros (que luego me enteré que cada kilómetro era realmente un pie para mi).

Entonces les hablé de las estrellas y el cielo, del sol cambiando sus tonos, les hablé de los sauces y los demás árboles y también se mostraron extrañados. Parece que no sólo no ven lejos, además tienen una aversión ha mirar hacia arriba, una especie de vértigo que los incapacita mirar el cielo.

Si que se vinieron los diálogos sobre que grano de tierra era el menos café, o que hoja de pasto era la más verde. Y cada vez que me alejaba un poco, menos me hablaba. Al parecer incluso su memoria era demasiado pequeña… en ese momento perdí el interés en ellos.

3 comentarios:

ElKine dijo...

lo que sea que estas tomando, dejalo !!! jajajajajaj

Oye, interesante faceta de narrador. No lo habia obsrvado.

Anónimo dijo...

Tengo tres cosas que decirte

1) me encantó tu música
2) desde hace unos dias soy una fiel radioescucha de "El podcast de las preguntas"
3) te agregé a mis favoritos

Con cariño desde Suecia
PinkLotion

Arttemisa dijo...

muy bueno el cuento, me reí mucho por la capacidad de crear que tienes, felicitaciones
saludos

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