El libro y la ventana
Siempre he dicho que vivo mi vida como quien ve la teleserie en la tele: como ajeno a todo, algo inútil, algo inservible que no tiene poder de cambiar lo que está sucediendo. Como Judas (el Bíblico, no mi banda) alguna vez fue pieza de ajedrez (o no) de su inevitable destino. Así me siento a ver y actuar, gesticulando como me lo ha dicho el escritor que gesticule, como en el libreto me dice que debo actuar.
Pero de eso ya estoy cansado.
Un libro entre las manos del muchacho que está sentado al otro lado de la micro como que me dice basta. Él, tan metido en su libro, tan cuello doblado, tan brazos cortos para aprovechar la luz, su interés estupefacto, silencioso en la trama de su libro me dice que no puedo ver mi vida como quién se sienta a comer buscando compañía en la tele. No. Las cosas se suceden tras mi ventana y él pegado a su libro.
Si hay ocasiones donde levanta la cabeza de golpe, como si se tratase de un soldado buscando el origen de un sordo disparo de un franco tirador, ya que permanece agazapado frente a su libro, pero mira hacia fuera y no ve nada más que puntos de referencia, que quedan 10 minutos de viaje, quedan 10 minutos para terminar su libro.
Pero yo me he cansado de vivir mi vida, vivir mi vida como un espectador y no vivir nada.
Quiero que mi vida tenga el sabor del relato que el muchacho lee al otro lado de la micro, sentado en la ventana, por donde la cual se materializa gente caminando, viviendo, autos chocando, lluvias en pleno verano, amigos imaginarios ayudando a cruzar a los niños y bailan tregua y bailan catala, mientras el joven sigue hundiendo su atención en unas hojas de roneo con ese olor a biblioteca, a sabiduría almacenada, a fantasía cansada. Y yo quiero tomar el control de mi vida y hacerle saber que me quiero ir temprano, que quiero terminar luego, que quiero que se asemeje al relato que impreso lee el muchacho entre sus manos y que, sentado al lado de la ventana, ignora todo lo que sucede afuera y que él podría ser partes de esas risas y de esas manos tomadas, pero no!, él toma en sus manos un libro lleno de historias y se queda ahí y pegado a ese libro, a ese olor y yo no quiero ser como él… yo quiero vivir en el relato que él lee, vivir esos sabores que con tanta destreza el autor describe y que tu sabes de lo que está hablando sin haberlo vivido. Pero yo no quiero que me lo cuente, yo quiero vivirlo.
Y yo sigo sentado en el pasillo y mi amigo que se aseguro de la ventana, al ver que yo miro al muchacho y a su libro espeta con mucho desagrado: “Que desperdicio, sentarse en la ventana y renunciar a ver afuera”… como siempre yo no respondí, sólo me quedé pensando a que ventana se refería…
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