Foto: Gin_glo
Cosas que hecho de menos de tener aquella compañera que algunos llaman polola, amiga con ventaja, amor, ‘eñora, bruja, doña:
Ese aroma incomparable que sólo tiene el objeto de tu afecto.
Ni tu prima, compañera de colegio, universidad, de trabajo; ni tu jefa, la polola de tu amigo, etc, nadie tiene el aroma de nuestra mujer.
Inmediatamente se me viene a la cabeza algunos olores: Mezcla de frutas y obturación dental; limón o algunos cítricos; jabón, detergente Ace y helado de piña.
Sea en el fulgor del amor físico u oliendo su cabellera arropados un día domingo viendo alguna película. Nadie huele como la mujer que sostiene tu corazón en tu mano. ¿Será por las feromonas?
Extraño eso.
La empatía I
Nosotros los hombre somos de resolver problemas. Si algo está malo, lo arreglamos. Ellas a veces sufren por no mostrarnos empáticos y lanzarles de inmediato una solución a sus problemas cuando ellas sólo esperan comprensión.
El estar alejado de esto, de cuando tú le dices: “Me duele la guata”, “aún me duele el esguince del entrenamiento de ayer” o “no dormí nada trabajando para aquella entrega” ella te mira con un rostro de saber y compartir tu desgracia. Como que a ella también le empezó a doler el estómago, se esguinsó alguna articulación y no durmió nada justo en el momento en que le contaste tu dolor.
Seguido aquella palabra dicha con tanta dulzura, aquella que lo dice todo en cinco letras: Pucha.
Y de pronto todo se arregla con un abrazo y un beso casi maternal.
Extraño eso.
La empatía II
Los hombres aún cargamos los genes de la caza, de volver a nuestra cueva con comida, con la respuesta a alguna pregunta, con algún triunfo bajo nuestro brazo.
A veces ellas ni siquiera entienden que fue lo maravilloso que hiciste (según tú, talvez alguna tontera: que ganaste el partido, que te compiló un programa, que llegaste al nivel 32 de tu juego favorito) pero ellas (bueno, no todas. Solo las que recuerdo en este post) hacen suya esa victoria y con una sinceridad que viaja de ellas hacia ti, te hacen sentir su orgullo.
No me había dado cuenta hasta que lo escribí, lo mucho que estaban orgullosas de mí algunas mujeres que me olvidan mientras escribo esto.
Extraño eso.
Las manos
Como siempre parece ser que sus manitos tienen la suavidad perfecta, el tamaño preciso para caber en las tuyas, para aferrarse cuando se sienten amenazadas, para aferrarte un poco más para salvarte la vida. Para pasearse por un par de teclas mientras te muestran alguna melodía conocida y como saben el camino sin tener ojos ni oídos para llegar hasta tu nuca y así decirte que no quieren acabar con ese beso de despedida.
Extraño eso.
Discutir y aprender
Ir en el auto, hablando del día a día, de las cosas que importan y de las tonteras que nos hacen reír. Pelear de política, que me reclame de mi desición de dar la vida por la patria, que se enoje tratandome de hacerme entender lo que nunca entenderé.
Sin llegar a insultar, con paciencia y respeto, excitando no sólo la sangre sino también la mente.
Extraño esa mujer que me desafía la inteligencia. (lamentablemente las que no me la desafiaron no dejaron marca.)
El beso
No ese apasionado, ese ardiente, ese profundo. Esos besos se pueden dar a cualquiera, con amor o sin él. Me refiero ese beso que no tiene motivo, que cuando nace ya se muere, ese que es rutina, ese que la quiebra. Ese que se da antes de empezar a comer, ese con que te despides cuando ella se va a otra habitación para darte otro cuando vuelve. Con el cual te promete otro y otro más. Ese beso que es como truco de mago: tan rápido que no ves de donde vino, tan misterioso que te deja con ganas de más.
Extraño eso.
Mujeres. ¿Por qué sois tan hermosas?