lunes, febrero 27, 2006

El libro y la ventana

Siempre he dicho que vivo mi vida como quien ve la teleserie en la tele: como ajeno a todo, algo inútil, algo inservible que no tiene poder de cambiar lo que está sucediendo. Como Judas (el Bíblico, no mi banda) alguna vez fue pieza de ajedrez (o no) de su inevitable destino. Así me siento a ver y actuar, gesticulando como me lo ha dicho el escritor que gesticule, como en el libreto me dice que debo actuar.

Pero de eso ya estoy cansado.

Un libro entre las manos del muchacho que está sentado al otro lado de la micro como que me dice basta. Él, tan metido en su libro, tan cuello doblado, tan brazos cortos para aprovechar la luz, su interés estupefacto, silencioso en la trama de su libro me dice que no puedo ver mi vida como quién se sienta a comer buscando compañía en la tele. No. Las cosas se suceden tras mi ventana y él pegado a su libro.

Si hay ocasiones donde levanta la cabeza de golpe, como si se tratase de un soldado buscando el origen de un sordo disparo de un franco tirador, ya que permanece agazapado frente a su libro, pero mira hacia fuera y no ve nada más que puntos de referencia, que quedan 10 minutos de viaje, quedan 10 minutos para terminar su libro.

Pero yo me he cansado de vivir mi vida, vivir mi vida como un espectador y no vivir nada.

Quiero que mi vida tenga el sabor del relato que el muchacho lee al otro lado de la micro, sentado en la ventana, por donde la cual se materializa gente caminando, viviendo, autos chocando, lluvias en pleno verano, amigos imaginarios ayudando a cruzar a los niños y bailan tregua y bailan catala, mientras el joven sigue hundiendo su atención en unas hojas de roneo con ese olor a biblioteca, a sabiduría almacenada, a fantasía cansada. Y yo quiero tomar el control de mi vida y hacerle saber que me quiero ir temprano, que quiero terminar luego, que quiero que se asemeje al relato que impreso lee el muchacho entre sus manos y que, sentado al lado de la ventana, ignora todo lo que sucede afuera y que él podría ser partes de esas risas y de esas manos tomadas, pero no!, él toma en sus manos un libro lleno de historias y se queda ahí y pegado a ese libro, a ese olor y yo no quiero ser como él… yo quiero vivir en el relato que él lee, vivir esos sabores que con tanta destreza el autor describe y que tu sabes de lo que está hablando sin haberlo vivido. Pero yo no quiero que me lo cuente, yo quiero vivirlo.

Y yo sigo sentado en el pasillo y mi amigo que se aseguro de la ventana, al ver que yo miro al muchacho y a su libro espeta con mucho desagrado: “Que desperdicio, sentarse en la ventana y renunciar a ver afuera”… como siempre yo no respondí, sólo me quedé pensando a que ventana se refería…

viernes, febrero 17, 2006

El Joker

¿Para qué de nuevo con el jueguito?
Al parecer no basta con entrar a tu casa sabiendo que no es mi casa y hacer ruido y golpear puertas y simular enojo y levantar la voz, deshacerme del dinero, llegar borracho, llegar contento, preguntarte de tu día, convidarte una sonrisa. Nada parece apartarte de la constante sensación de adrenalina, de suspenso de tu juego de cartas, de la comunicación con tu compañera de juegos, que si te bajas ahora o haces las escaleras de antiguos payasos que te hacen muecas, contándote chistes y hacen malabarismo con las cotidianas situaciones que ni siquiera te enteras.

Al parecer no basta con que llegue a esta casa que de a poco y cada vez más es menos mi casa y es menos mi lugar y cada vez se llena con gente que habla idioma extraños y que me irritan con sus voces y me descomponen con sus risas y me opacan la hermosa oscuridad que me abriga en un silencioso abrazo.

¿Para qué de nuevo con el jueguito?
Para qué le hablas de mí como si no estuviera a tu lado escuchándote. Por qué no tomas tu mirada cansada y frustrada y me dices que estás cansada y frustrada. Por qué no me dices que te molesta, que me falta, que necesitas de mí. Por qué no me miras a los ojos cuando me maldices y reniegas, cuando me golpeas. Por qué mierda no dejas que te salpiqué con mi sangre tu rostro cada vez que me golpeas, por que no sostienes mi mirada, por qué no me gritas ahí, justo al lado de mi cara.

No.

Andas con tus vocecitas por aquí y por allá asegurándote de que te escuche, dejándome mensajes anónimos en mi comida o cuando la cama está bien tendida. Me haces señas cada vez que me son ajenas tus miradas y siempre la frase comienza fuerte y te alejas disminuyendo el volumen de tus palabras para que no sean totalmente escuchadas. Me haces saber que sabes que he llegado, pero me recuerdas que esta no es mi casa, como si quisieras decirme que ya no soy tuyo.

domingo, febrero 12, 2006

Hechos y la vida sigue su curso

Un muchacho se sube atrasado a la micro alternativa para llegar a casa.
Ya son un  cuarto para las 11 PM.
Tres ladrones ocupan sus lugares en la micro, es otra noche más de trabajo.
Un chofer descubre que el conductor que comparte su micro estropeó un accesorio de la máquina.
Una jovencita se queja de no tener asiento y le duelen las piernas.
A una señora le cuesta subirse y extraña la agilidad que tenía cuando joven.
El muchacho atrasado cede su asiento a la señora, mientras dos de los ladrones que están sentados al final de la micro, desocupan un asiento para que se siente la muchacha adolorida, entre ellos.
El muchacho se da cuenta de que ocurre: rabia. Hay que bajarse de la micro: después de la muchacha adolorida seguiría él…

Otro joven mientras llega tarde a su casa pero nadie pregunta por qué demoró.
Una futura madre se entera que su amiga que iba a ser madre ha muerto en el parto desangrada y que se desconoce la condición del bebé. Lágrimas y miedos. Otra madre besa a su hijo como para compensar el hecho de que no sabe que está sucediendo. El hijo le sonríe como para no hacerle sentir el dolo que está sintiendo.

Un padre da vueltas y vueltas.

Un marido no le puede hacer el amor a su señora, pero juntos se sonríen frente a la gente para no levantar sospecha.

Un perro mueve la cola para recibir comida.

Se sabe que está mal pero nadie parece saber arreglarlo.

“No sé, en verdad no sé”

Con el dinero que consiguió al vender el celular de la muchacha adolorida, un ladrón compra un loto para dejar de robar alguna vez en su vida.

Un muchacho canta una melodía, una madre consuela a su hija que va a ser madre y la esperanza es restituida.

La vida da otra vuelta otra vez… Nos mira con desinterés. “ No me detengo ni por ti ni por nadie”.

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