abandono
Una de las actividades que más odiaba cuando iba en la básica era subir la cuerda. La tortura se dividía entre mi miedo a las alturas y mi poca fuerza. Siempre comenzaba pegado al piso con la convicción que hoy si lo lograría, que llegaría hasta la viga del gimnasio del glorioso Liceo Eduardo de la Barra y que haría sonar con ganas la antigua madera de roble con un gran palmetazo indicándole al profesor que esta vez sí lo había logrado. Cuando iba a la mitad del recorrido, siempre veía hacia abajo y comenzaba a perder el agarre y sentía como mi cuerpo se abandonaba, que incluso quería caer de golpe al suelo, como que pensaba “al mal paso, darle prisa” por lo cual siempre guardaba un poco de fuerza para llegar al suelo sin caerme…
Nunca me saqué un siete en subir la cuerda… hasta cuarto medio…
Pero esa sensación de abandono la vuelvo a recordar hoy. Siento que estoy haciendo malabares con muchas cosas y tengo ganas de dejarlas caer y que quede el despelote de quebrazón de cosas y que no me importe nada… me siento con esta grave sensación de vértigo y que si me dejo caer puedo perder la vida… y no me quedan fuerzas para salvarme.
He gritado por ayuda… pero aún sigo aquí, enfrentando sea lo que sea que debo enfrentar.
Tengo el cuerpo cansadísimo, tengo la mente agotada. Ya no es fácil contener el llanto, ese llanto de impotencia de no saber qué hacer y me dan ganas de cerrar los ojos y dejarme morir, dejar que el llanto llene mi casa y dejarme descansar en esas aguas…