Uno pensaría que ya han aprendido a esquivar ese muro, o al menos detenerse al ver que se les viene encima. O quizás no correr tan rápido y aprender a detenerse, a pensar si corren a toda velocidad contra ese muro este, por mucho que pongan fe en ello, no se moverá de su lugar. Pero no, es otro día, el sol sale de nuevo por los cerros para alumbrar hacia los otros cerros y ellos ya están ejercitando sus piernas y manos para embestir ese muro. Aún no descifro si quieren derribarlo por derribarlo o sólo quieren y desean con demasiadas ansias cruzar al otro lado. Si quisieran derribarlo, no sé que quieren probar con ello. Verán, este muro no es tan ancho ni tampoco tan alto. Si quisieran cruzar hacia al otro lado podrían darle la vuelta y podrían tomar la sombra junto a mi a este lado del bendito muro, que ni siquiera se da por enterado de mi desconcierto y sus costalazos.
También pienso, quizás creen que el muro es un gran ofensa para su raza, si que le han declarado la guerra y se han entrenado para derribarlo, sin embargo, en mis observaciones que se han extendido por años en atento escrutinio de estos personajes que van y que colisionan con el muro, he visto que no se percatan del muro hasta unos pocos segundos y centímetros del tiempo/espacio del punto de contacto. Ahí me dije que deben ser ciegos o simplemente es algo genético.
Para enseñarles con el ejemplo, crucé a “su lado” del muro, cosa bastante extraña, porque esto sucede a lo alto de un cerro, donde el terreno es llano en la cima y el cerro, más que cerro es una colina y sólo hay un pequeño muro, ni muy ancho ni muy alto al centro de la punta de la colina... si que, al parecer no estamos confinados a este lugar. Yo salgo, trabajo y hago mis cosas, pero no puedo dejar de venir a verlos a ver como están, como siguen sus machucones y sus heridas. No puedo dejar de observarlos como se levantan, después del golpe, algo contusos y perdidos alejándose del muro, recoger algunas flores, a llorar a escondidas (algunos algo frustrados) y volver a emprender la carrera contra la mole de ladrillo y cemento. Pero como les iba diciendo, me crucé a su lado del muro, para enseñarles con el ejemplo, como ya dije. Estuve con ellos, aprendí que ni eran ni ciegos, ni sordos ni mudo. Que tenemos mucho en común, que tan de otro planeta no son, pero simplemente no pueden dejar de dejarse caer contra ese obstáculo.
Hice pequeños experimentos con ellos y logré descubrir que son capaces de aprender, les enseñé un par de juegos, algunas cosas de Internet y como manejar el equipo de sonido, algo de cultura general. Incluso los invité a mi lado detrás del muro (que ya es mío, y su lado ya es de ellos) y me prometieron llevar un queque, cigarros y fotos (que yo les enseñé a sacar en la cámara digital que no sabían ocupar).
No hace falta decir que aún no me visitan.
Se tuvieron que comer los queques que hicieron para que no se estropearan y llenaron la memoria de la cámara con fotos que aún tengo la oportunidad de mirar...
A veces me gritan para que cruce y lo que me sorprende es que cuando cruzo, ellos no se admiran de que yo lo logre cuando ellos han fracasado en cada intento...
Mientras el sol se esconde tras de su sábana marina, estos personajes se van a dormir. Curan sus heridas olvidandolas, para mañana volver a levantar el festival de colisiones.