Vivir Juntos
Y me subí al asiento del copiloto dándome cuenta lo mucho que me gusta estar en las cabinas de los vehículos para ver la carretera y ver los caminos pasar, como van quedando atrás y tener claro el objetivo siempre lejano pero siempre al frente para saber donde llegar. Mientras el conductor me conversaba de su vida y sus tribulaciones como padre de tres yo sólo revisaba en mi mente que las cosas que teníamos en el Mitsubishi de ¾ habrían quedado bien afirmadas o no.
Pero uno no puede evitar ver el espejo retrovisor, es inevitable. Lo creo así porque uno, viendo hacia atrás, puede saber mejor donde hoy está parado y en que camino está marchando. Si, debo decir que me dio algo de pena ver esa pequeña casita blanca en la pradera, en la quebrá del pobre, rodeada de pasto verde saturado haciéndose pequeña mientras mi compañero aceleraba sin apuro. Pena porque, ahí jugamos muchos fines de semana con Prisca a ser una familia. En esa casita lloramos y reímos, como hemos hecho en todos lados donde la vida nos ha recibido.
Nunca me costó llegar a esa casa, siempre me fue fácil encontrarla al lado de la media luna, un viernes en la tarde, pero que difícil se hacía dejarla atrás los domingos a las 8.
Y esta vez no fue la excepción salvo que, cuando desapareció del espejo retrovisor la silueta blanca de cabellos verdes y entre las historias del chofer del ¾ me di cuenta que lo que pensé que eran juegos era simplemente la vida sucediendo mientras nosotros reíamos y llorábamos nuestras cercanías y sinceridades. En ese momento, sabiendo que nos encontraríamos en un lugar después de un rato de viajar separados, no importase donde encontrarnos supe que siempre hemos sido una familia y que hoy, luego de la mudanza y el cansancio, de las rabias y el estrés, despertar contigo y saber que al volver del mail, de la taza de café de la talla del colega, de la reunión de trabajo, llegar a un departamento donde estés tú y ver que me ves con el gusto de verme una vez más es lo más natural que he conocido en años, es estar en casa, es saber que hay un lugar, entre tanta locura y desenfreno, tanto egoísmo e individualización, existe un espacio en donde no estamos solos porque aquél lugar se ha construido con nuestras manos y nuestras ganas, un lugar que no tiene tiempo ni espacio, que no es una casa en la pradera ni un departamento pequeño y atiborrado, ni está al lado del mar ni en una loma colorada… mi lugar está en tu corazón y tu lugar está en el mío…
Y no por qué hoy vivamos juntos estamos más cerca…
Sentado de copiloto, llevando tus cosas al que será nuestro departamento vuelvo a entender que siempre has estado conmigo… desde mucho antes de saberlo.